El boxeo necesitaba que Gervonta Davis y Ryan García hicieran oficial su pelea. Ambos son peleadores con historiales imperfectos. Han sido cuidados por sus promotores y ellos mismos han renegado de grandes peleas. Pero entendieron que se necesitaban mutuamente y que no había mejor momento para lanzar una pelea ultracomercial que gozará del beneficio que sólo tienen las funciones estelares: le importará incluso a quienes no les importa el boxeo.
Hay que reconocerles que desafiaron la lógica: todos creían que esta pelea estaba destinada a fracasar en algún momento. Y habían todos los motivos para que se cayera: trabajan con distintas empresas (Davis con Premier Boxing Champions y García con Golden Boy), nadie querría quedar fuera del pastel de los derechos de transmisión —la pelea se podrá ver tanto en DAZN como en Showtime—, y en general, porque todas las posibles grandes peleas de esta época terminan en el cesto de basura.
Así se comportan las estrellas contemporáneas. La dinámica es la misma: se retan, hablan de que todo está encaminado, y al final, cuando ya todos empezaban a creer que sí pelearían, algo pasa: una cláusula que no le gustó a alguien, una repartición de ganancias impopular. Lo que sea, pero el punto es cancelar la pelea para luego culpar al rival de haber tirado el trato —tal y como hicieron Terence Crawford y Errol Spence—. García y Davis eligieron el camino contrario: presionar para que la pelea se materializara. En un arrebato que en su momento pareció habladuría, Ryan dijo que grabaría las plática de la firma para que todo el mundo supiera lo que pasaba con la pelea.
